LA MIRADA DE LO DESCONOCIDO.

Este relato ha sido uno de los seleccionados para la Escuela de Escritores/as Nóveles de este año, organizada por la Junta de Andalucía. Estoy bastante orgulloso de el y del tiempo que le he dedicado, por esa razón, me gustaría compartirlo con tod@s. Espero que lo disfruten:

LA MIRADA DE LO DESCONOCIDO:

El viento se filtraba entre las sábanas blancas que cubrían los pies del jardinero. Por las ventanas sucias se dejaba ver un cielo rojizo que anunciaba el despertar del campo, y con ello, el de este hombre tumbado en su cama durante las últimas horas de la madrugada.
El gallo de la granja sonaba cual violín estropeado, desafinando en cada nota; la brisa hizo que el trigo empezara a bailar, moviendo los tallos amarillentos de esta planta que ocupaba una casi infinita extensión; los conejos que anteriormente se habían escapado de sus jaulas ahora correteaban entre las hierbas de un jardín comprendido por tierra, escombros, plantitas y tuberías oxidadas.
El jardinero se paró delante de su estudio sin mantener demasiado el equilibrio, la noche no había sido del todo agradable. Sus zapatos de cuero negro le esperaban en una esquina al lado de la puerta de su casucha, el conjunto de camisa blanca y pantalones azul oscuro fue  sacado del polvoriento armario en el que descansaba, las hoces y las guadañas se preparaban para el desayuno de todas las mañanas; y así empezó el hombre otra jornada en el campo.
Mientras segaba el trigo, pensó en lo sucedido la noche anterior, la razón por la que ahora se sentía tan cansado y, de algún extraño modo, vigilado de forma constante. Por la cabeza del intranquilo hombre pasaron una serie de imágenes y fragmentos de lo que parecía una persecución. Una gran oscuridad se apoderaba de sus pensamientos, la alocada idea de que en verdad le hubieran seguido hasta su casa aquella noche de sábado; vale, volvía medio borracho del bar de la carretera más cercana, pero algo no le acababa de cuadrar.
Recordaba los pasos apresurados que le resonaban en los oídos, las frías manos que parecía que le tocaban la espalda, la sensación de falta de calor en esa noche de verano y las luces. Esas descomunales luces azules que ocuparon toda su vista durante unos breves pero concisos segundos, que hicieron que se paralizara y contemplara  un centenar de estrellas y astros diversos que aparecieron ante sus ojos como si de una visión divina se tratase; pero este era un hombre de tierra, que no creía en nada más que en lo que pudiera ver a la luz del día, por lo que creyó que eso fue solo una imaginación producida por el alcohol. Aun así, el jardinero guardaba en su interior la realidad de lo sucedido, y con ello un gran temor a lo que pudiera sucederle en los próximos días.
La noche se ciñó en el campo, anunciando su llegada junto a una gran nube de tormenta que hacía sombreados y fríos los colores de los alrededores. Mientras tanto, el hombre se cambió de ropa en su caseta y cogió su anticuado coche marrón. Hoy no dormiría en su casa, sino en la iglesia abandonada que quedaba a unos kilómetros de allí, en donde lo autoestopistas se quedaban a descansar y a pasar la noche.
Las ruedas del coche del jardinero rozando con el cada vez menos pulido asfalto era el único sonido que, junto al graznido de algunos cuervos, ocupaba la noche. Poco después, la lluvia llega y todo se difumina en el camino que nuestro protagonista seguía. Los limpiaparabrisas apartan las numerosas gotas que se logran filtrar, en forma de un frío desgarrador, dentro del automóvil. Bajo el llanto de las nubes, todo objeto quedó simplificado a una silueta difícilmente reconocible, ni siquiera los faros del coche podían proporcionar una mayor claridad a lo que en la carretera se encontraba.
Mientras tanto, el jardinero ponía la radio para asimilar el lago viaje que le quedaba por delante hasta llegar al lugar en donde descansaría esta noche. La canción “My Melancholy Baby” de Charlie Parker se adueña de las preocupaciones del hombre, y se las guarda por unos instantes. Todo parece estar resuelto, ningún problema se ciñe en su mente y los tres minutos de ritmo que dura la canción parecen eternamente geniales. Pero es entonces cuando un ser escondido en las hierbas de uno de los lados de la rústica carretera sale para ser arrollado de inmediato por el vehículo. Las notas de la canción no paran, sino que conforman un ahora siniestro eco en la mente del jardinero cuando este baja de su coche y contempla la horrenda escena: La criatura se muestra como un esqueleto humano recubierto de una piel fina e incluso escamosa que se ajusta al relieve de los huesos de este. Sus manos, cubiertas por la misma piel, eran alargadas y terminaban en unas afiladas garras, que en total debían de medir más de quince centímetros de largo. La cabeza del ser, por otra parte constaba de dos pequeños ojos negros que se hundían en sus cuencas, profundas. Estos atrajeron de inmediato la atención del hombre por su inquietante y fija mirada, puesta en los faros del coche. En la espalda, la culminación de la excentricidad de este cadáver; dos grandes alas similares a las que tienen los escarabajos, de un color negruzco, con otras alas de un material más resistente por encima, y creando así una especie de pequeño caparazón. La sangre brota del rostro de la criatura, decorando la macabra situación con un lago de un líquido azul que iba avanzando cada vez más y más hasta el jardinero. Este, desesperado por irse de aquella pesadilla que había cobrado vida, se alejó con su coche. Conduciendo a una gran velocidad y dejando al extraño ser tras de sí, el hombre reflexiona sobre lo acontecido; todo era real, cierto y horrible. No estaba loco, pero su locura había cobrado un sentido, y esta le estaba atormentando. Al fin y al cabo, el peor miedo es aquel que es real.
La antigua iglesia se mostraba imponente ante el coche mojado del jardinero, abrumado por su reciente descubrimiento. Entró rápidamente a la única sala del pálido edificio; esta estaba totalmente vacía, decorada con varios candelabros dorados oscurecidos por el polvo, al igual que las figuras, talladas en madera, de ángeles y dioses cristianos.
Las gotas de la lluvia chocaban en los cristales desgastados de la iglesia. Las puertas se cerraron rápidamente, dejando al jardinero encerrado en un espacio casi astral. La poca luz lunar que pasaba a través de un pequeño rosetón daba la sensación de luz divina, que iluminaba la cara del hombre desesperanzado. Este dejó absorberse por la imaginaria y surrealista idea de que una fuerza superior le ayudaría con sus pesares; haciendo así que no atendiera a las sombras que rodeaban el edificio en donde se resguardaba.
En las afueras, escondidas entre la hierba y el trigo se ocultaban las criaturas aladas. Una a una empezaron a trepar sigilosamente por los muros de la iglesia, rozando sus largos dedos por los cristales de esta y haciendo que la luz de la luna se oculte tras unas grandes nubes de lluvia. Atrapado, pero sin saberlo, por unas entidades que iban más allá de su comprensión, el jardinero se mostraba cada vez más inquieto y menos cuerdo. La divinidad espectral de aquella sala había sido sustituida repentinamente por unos susurros ahogados que parecían implorar al hombre que se acercara hacia la estatua situada en el centro del lugar. Los pasos desganados del jardinero, ya cansado por todo lo ocurrido anteriormente, dejaban clara la intención de este. Poco a poco, de entre las esquinas de la iglesia salieron largas siluetas con ojos profundos y unas largas capas negras que arrastraban por el suelo y que se llevaban la poca luz allí existente con ellas. Todas estas figuras rodearon al hombre, que pedía clemencia mientras miraba hacia la luna, intentando no mantener una mirada con lo que para él parecían mensajeros de la muerte misma. La oscuridad reinaba en la noche, los ojos del jardinero se cerraron para adentrarse más en aquella oscuridad, profundizando en ella. De esta forma, las manos de aquellas criaturas desgarraron su espalda, la llenaron de sangre y bebieron de ella en un macabro ritual. El jardinero se arrastraba por el suelo, sin llegar a abrir los ojos por temor a lo que podría encontrarse. Temor a lo que deseaba que no fuera real. Temor a lo que le sucedería después. Temor a la conclusión de su historia.
Las puertas de la iglesia estaban cada vez más cerca; la salida de aquel infierno, aunque improbablemente útil, resultaba algo tranquilizadora, ya podría salir de allí.
Mientras, las criaturas seguían bebiendo de su sangre, arrancándole trozos de su piel para que solo quedara un hueco cuerpo sin vida.
Cada una de las pesadillas del jardinero se aglomeró en ese nefasto momento. Todo parecía perdido para el. No encontraba su camino, no encontraba una forma de seguir en pie mientras sufría un indescriptible dolor. No encontraba la luz de la luna.
Pronto, despertó y abrió los ojos. Todo era negro, pero transmitía una relativa sensación de paz. Él estaba sentado en una silla de madera, decorada con relieves dorados y cabezas de pequeños animales parecidos a ratas. Inquieto, el hombre se levantó y se percató de en dónde estaba. Bajo sus pies, miles de calaveras hacían muecas parecidas a sonrisas. Cuerpos y esqueletos formaban una montaña que apareció allí de improviso; y sobre esta, una figura que dejó asomar unos ojos oscurecidos, unos ojos profundos e infinitos cual pozo de tinieblas, unos ojos que marcarían con desgracias a todo aquel que les mirase.

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